Agricultura de tala y quema: una práctica ancestral con mala fama
Durante milenios, quienes trabajan la tierra utilizaron la quema como una herramienta para obtener una buena cosecha con mínima labranza. Las malas prácticas de la actualidad la están desacreditando
En los últimos años se han multiplicado hasta el infinito las imágenes de incendios forestales y de pastizales que han causado enormes pérdidas económicas y de vidas, sin contar los daños a la biodiversidad, al ambiente natural, a la salud. Y, sobre todo, por ser uno de los principales contribuyentes a la emisión de gases de efecto invernadero.
Pese a que hoy la agricultura de tala y quema tiene mala prensa, continúa siendo una parte central de la vida y la cultura de millones de personas en 64 países en vías de desarrollo. La agricultura de tala y quema es una práctica que consiste en talar pequeñas áreas de bosque y luego quemar la vegetación restante. Para aquellos quienes creen que los alimentos se producen en los supermercados, puede resultar una práctica aberrante, pero quienes la ejercen desde hace más de 7.000 años reconocen que buena quema mejora la producción del campo de cultivo y reduce el tiempo dedicado al deshierbe. El problema radica en cómo conseguir una buena quema, ya que sus resultados dependen muchas veces de factores que no se pueden controlar.
Ni tan malos, ni tan buenos
Los incendios de pastizales y bosques tienen consecuencias positivas y negativas, y hallar el punto de equilibrio puede ser complicado, dependiendo de la perspectiva con que los miremos.
El fuego es parte fundamental de los ciclos de la naturaleza y de los patrones de biodiversidad en su aporte a la descomposición natural, devolviendo a los suelos el carbono y otros nutrientes almacenados en la biomasa vegetal. Un estudio sobre los efectos del fuego en la agricultura ha podido determinar seis efectos benéficos de la quema:
- Limpieza de la vegetación indeseable del terreno.
- Alteración de la estructura del suelo.
- Mejoramiento de la fertilidad del suelo con las cenizas.
- Mayor disponibilidad de nutrientes en el suelo.
- Disminución de la acidez del suelo.
- Esterilización de los suelos y reducción de las poblaciones de microbios, insectos y malezas.
Sin embargo, entre sus consecuencias negativas podemos contar daños que pueden demorar más de una década en recuperarse, como la pérdida de biodiversidad y la contaminación de suelos y ambientes acuáticos. El aumento de las tasas de evapotranspiración junto a la disminución de los niveles de infiltración y retención de agua en el suelo, aumenta el riesgo de aridez a la vez que hace mayor la descarga en ríos y arroyos, alterando los ecosistemas acuáticos y generando un mayor riesgo de inundaciones; la pérdida del carbono y nitrógeno retenido en las capas superficiales del suelo, la liberación de dióxido de carbono (CO2) y metano (CH4) a la atmósfera, gases que contribuyen al calentamiento global, son otros de los perjuicios. Y no es menor su contribución al aumento de casos de enfermedades respiratorias, al afectar la calidad del aire.
Una práctica ancestral de la agricultura familiar
La agricultura familiar comprende la producción de todos los alimentos gestionados y explotados por una familia, y que dependen básicamente de la mano de obra familiar, tanto de mujeres como de hombres.
Las granjas familiares representan más del 90 % de todas las explotaciones agrícolas del planeta y en términos de valor producen el 80 % de los alimentos del mundo siendo los principales impulsores del desarrollo sostenible, incluyendo la erradicación del hambre y todas las formas de malnutrición. Aquí se destacan los territorios indígenas tradicionales, que abarcan hasta un 22 % de la superficie terrestre, los que coinciden con áreas que contienen el 80 % de la biodiversidad del planeta. Y es allí, en los territorios indígenas, donde se producen la mayor cantidad de quemas en el planeta.
Muchas veces la decisión de quemar depende sólo del interesado: elige el sitio, qué tipo de limpieza del terreno hará y cuándo iniciar el fuego. En otras, la decisión es tomada por los ancianos de la tribu, y todo el pueblo quema sus terrenos el mismo día, como en Tailandia. En regiones ecuatoriales, al contrario de lo que pasa en otras partes del mundo, la gente le pide a los dioses o espíritus que deje de llover para poder quemar la vegetación. Y en otras son los indicadores ambientales muchas veces disfrazados de ritos (avistamiento de aves, el brotar de las hojas) quienes determinan el momento oportuno para la quema. Pero en todos los casos, siempre hay una real preocupación al iniciar la quema porque sus resultados suelen depender de factores que no pueden controlar totalmente, como las temperaturas, los vientos y la suerte.
Hoy, muchas de esas áreas hoy son motivo de disputas por el avance de la frontera agrícola que, sumado a malas prácticas productivas, han generado que importantes zonas de bosques o vegetación nativa sean deforestadas para el cultivo extensivo de granos o para la cría de ganado vacuno que requiere de grandes pastizales. Y es indispensable mejorar los mecanismos de protección para que estas malas prácticas se detengan.
Muchas de las soluciones requieren de la ciencia y la tecnología, como crear sistemas de alerta temprana de incendios. Otras están relacionadas con la justicia, al apoyar a esas comunidades con pagos por servicios ecosistémicos. Y otras requieren de decisión política: proteger a los territorios indígenas de la invasión comercial.
Sólo de esta forma, podemos transformar un problema en parte de la solución en la lucha contra el cambio climático.