Descubre el poder del amaranto: una semilla nutritiva para tener huesos fuertes y un sistema inmunológico saludable

Aliado vegetal sin gluten, el amaranto aporta nutrientes clave para prevenir enfermedades y fortalecer defensas desde la alimentación diaria.

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Campo de amaranto en floración: una alternativa sostenible que se adapta a climas diversos y suelos pobres.

El amaranto, conocido como un pseudocereal, forma parte de la alimentación humana desde hace miles de años. Las culturas precolombinas, especialmente los aztecas y los mayas, lo cultivaban por sus propiedades nutritivas y lo consideraban un alimento sagrado.

Hoy, la ciencia confirma lo que estas civilizaciones ya sabían: el amaranto es una fuente concentrada de nutrientes esenciales, entre ellos calcio, hierro, magnesio, zinc y una buena dosis de proteínas de alto valor biológico.

Esta pequeña semilla ofrece beneficios que impactan directamente en la salud ósea y en la capacidad del sistema inmunológico para resistir enfermedades. Además, al no contener gluten, resulta ideal para personas con enfermedad celíaca o sensibilidad al gluten no celíaca.

Amaranto: clave para unos huesos fuertes

Uno de los minerales más destacados del amaranto es el calcio. A diferencia de muchos vegetales que lo contienen en forma menos biodisponible, el calcio del amaranto se absorbe de manera eficiente.

Una taza de amaranto cocido puede aportar hasta un 12% del valor diario recomendado de este mineral. Este aporte es significativo, especialmente en dietas vegetales o en personas que no consumen lácteos.

El magnesio, otro componente abundante en el amaranto, también juega un papel fundamental en la salud de los huesos. Este mineral facilita la absorción del calcio y participa en la formación de la matriz ósea.

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Semillas de amaranto listas para el consumo: pequeñas, versátiles y llenas de nutrientes como calcio, hierro y proteínas vegetales.

Por su parte, el fósforo trabaja junto al calcio en el desarrollo y mantenimiento de huesos y dientes fuertes. Esta combinación convierte al amaranto en un recurso nutricionalmente estratégico para prevenir la osteoporosis y otras enfermedades degenerativas del tejido óseo.

No solo los adultos mayores se benefician de su consumo. Niños, adolescentes y mujeres embarazadas también pueden incorporarlo para cubrir sus necesidades elevadas de minerales durante el crecimiento o la gestación.

Refuerzo del sistema inmunológico con amaranto

El hierro presente en esta semilla contribuye a la formación de hemoglobina, proteína encargada de transportar oxígeno en la sangre. La deficiencia de este mineral puede derivar en anemia, una condición que debilita el sistema inmunitario y reduce la energía vital del organismo.

El amaranto ayuda a mantener niveles saludables de hierro, especialmente en personas con dietas basadas en vegetales.

Junto al hierro, el amaranto aporta zinc y selenio, dos oligoelementos esenciales para el correcto funcionamiento inmunológico. El zinc interviene en la activación de linfocitos T (que son células clave en la defensa frente a virus y bacterias) y el selenio actúa como antioxidante y contribuye a reducir el estrés oxidativo, favoreciendo la recuperación ante infecciones.

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Barra de cereales con amaranto inflado: opción saludable y energética para incorporar este superalimento en el desayuno o la merienda.

También se encuentran en esta semilla vitaminas antioxidantes como la vitamina E y compuestos como los polifenoles, que modulan la inflamación y protegen a las células inmunes del daño celular. Esta acción antioxidante se vuelve relevante en contextos donde el sistema inmunitario está sobreexigido, como ocurre durante gripes, infecciones virales o cuadros de fatiga crónica.

Incorporando el amaranto en la dieta diaria

El amaranto se adapta fácilmente a distintas preparaciones y estilos de alimentación: puede consumirse cocido como si fuera arroz, incorporarse a ensaladas, usarse como relleno en vegetales o como base de hamburguesas vegetales. La clave está en lavarlo bien antes de hervirlo para eliminar las saponinas que pueden darle un sabor amargo.

Su textura suave y su sabor levemente dulce permiten utilizarlo en recetas dulces, como budines, tortas o barras energéticas.

Su harina resulta ideal para preparar galletitas, panes o crepes sin gluten, mezclada con otras harinas integrales. También existe el amaranto inflado, una opción crujiente para desayunos o meriendas, que puede combinarse con yogur, frutas frescas o leche vegetal.

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Plantas de amaranto en crecimiento en una finca del norte argentino: cultivo resiliente y nutritivo que gana espacio en la agricultura familiar.

Incluso sus hojas son comestibles y ofrecen un valor nutricional considerable, similar al de las espinacas. Ricas en fibra, clorofila y minerales, aportan volumen a sopas, salteados o batidos verdes.

Amaranto, una alternativa sostenible y saludable

Desde una perspectiva ambiental, el amaranto representa una alternativa de cultivo de bajo impacto. Es resistente a la sequía, crece en suelos pobres y no requiere el uso intensivo de agroquímicos.

Estas características lo hacen especialmente valioso en contextos de agricultura familiar o en regiones con escasos recursos hídricos.

Más allá de sus beneficios nutricionales directos, el amaranto también genera saciedad y favorece el tránsito intestinal gracias a su alto contenido en fibra. Esto puede resultar útil en planes de alimentación orientados al control de peso o la prevención de enfermedades metabólicas.

¿Se cultiva amaranto en Argentina?

Esta semilla se cultiva en nuestro país, aunque su producción aún es reducida en comparación con otros cultivos tradicionales. La siembra se realiza de forma esporádica y, en muchos casos, está sujeta a compromisos de compra previa, generalmente vinculados a la exportación.

Las principales zonas productoras se encuentran en el noroeste del país, especialmente en las provincias de Salta, Jujuy y Tucumán, donde las condiciones agroecológicas favorecen el desarrollo de esta planta rústica y adaptable. Sin embargo, el área potencial de cultivo se extiende más allá, incluyendo regiones como Santiago del Estero, Córdoba, el este de La Pampa y el oeste de Buenos Aires.

En los últimos años, el amaranto despertó interés dentro de la agricultura familiar y los modelos agroecológicos, gracias a su bajo requerimiento hídrico, su capacidad de crecer en suelos pobres y su destacado perfil nutricional. Varias cooperativas rurales y organizaciones sociales lo promueven como una alternativa saludable, sustentable y con potencial para diversificar la producción local.