Encuentran fósiles de insectos de 15 millones de años en Nueva Zelanda
Un equipo internacional descubre fósiles raros de moscas blancas y psyllids en Nueva Zelanda, revelando nuevos datos sobre la biodiversidad del Mioceno.
En un descubrimiento calificado como "extremadamente raro", un equipo internacional de paleontólogos identificó fósiles de moscas blancas y psyllids en el Complejo Hindon Maar, en la Isla Sur de Nueva Zelanda. Este hallazgo, publicado en la revista Palaeobiodiversity and Paleoenvironments, marca el primer registro fósil de estas familias de insectos en el país, abriendo nuevas perspectivas sobre la biodiversidad de los ecosistemas de hace 15 millones de años.
El Dr. Uwe Kaulfuss, de la Universidad de Göttingen en Alemania y coautor del estudio, descubrió los diminutos fósiles mientras excavaba en los sedimentos del Hindon Maar, un Fossil-Lagerstätte que preservó restos excepcionales del Mioceno. Según el reporte, "estos insectos eran componentes ecológicos clave de los antiguos bosques de la Isla Sur, y sus fósiles ofrecen una ventana única a un pasado remoto".
Los restos incluyen el pupario fosilizado de una mosca blanca, que se ha identificado como un nuevo género y especie, Miotetraleurodes novaezelandiae, así como el ala de un psyllid. Según los investigadores, estos especímenes representan el primer registro mundial de tales fósiles en Nueva Zelanda y el tercero conocido de puparios de moscas blancas preservados con este nivel de detalle.
Conservación excepcional en un entorno único
El proceso que permitió la fosilización de estos insectos fue calificado como poco menos que milagroso. Hace 15 millones de años, las hojas donde habitaban los puparios cayeron en un pequeño lago de cráter, hundiéndose rápidamente en sus profundidades y la rapidez con la que ocurrió este proceso fue clave para la excepcional calidad de preservación que encontraron los investigadores.
Los puparios exhiben un cuerpo ovalado y segmentos bien definidos, detalles que los diferencian de las moscas blancas modernas. Además, su estado de conservación permite inferir aspectos del entorno donde vivieron y murieron, lo que añade valor al hallazgo desde el punto de vista paleoecológico.
Nuevos insectos, nuevas historias
El descubrimiento también tiene implicaciones significativas para la comprensión de la biodiversidad de Nueva Zelanda, un país cuya fauna insectil presenta un alto nivel de endemismo. La profesora emérita Daphne Lee, del Departamento de Geología de la Universidad de Otago, destacó la importancia de estos fósiles para el estudio de la evolución de los insectos en la región.
Según Lee, "hasta hace dos décadas, conocíamos solo siete fósiles de insectos más antiguos que la Edad de Hielo en Nueva Zelanda. Hoy ese número asciende a 750, y cada nuevo hallazgo nos permite reconstruir con mayor precisión los ecosistemas pasados".
Para los investigadores, estos fósiles no son solo una rareza científica, sino también una herramienta para calibrar estudios filogenéticos moleculares. El hecho de que estos insectos hayan habitado Aotearoa, Nueva Zelanda, durante al menos 15 millones de años, proporciona un punto de referencia crucial para entender su evolución.
Más allá de las moscas blancas
Aunque el foco del estudio se centra en las moscas blancas y los psyllids, otros fósiles encontrados en los sitios de Otago ampliaron aún más el panorama de la biodiversidad del Mioceno. Insectos como mosquitos fantasma, moscas grulla y escarabajos del pantano también fueron identificados en recientes excavaciones, destacando la riqueza y complejidad de los ecosistemas de aquella época.
Un testimonio del pasado para el futuro
El descubrimiento de estos fósiles diminutos invita a reflexionar sobre la importancia de los insectos en los ecosistemas modernos. A menudo eclipsados por fósiles más "carismáticos" como dinosaurios o mamíferos gigantes, los insectos son en realidad los protagonistas silenciosos de los bosques, tanto en el pasado como en el presente.
Es interesante destacar que de las 14,000 especies de insectos conocidas en Nueva Zelanda, el 90 % no se encuentra en ningún otro lugar del mundo. Esto recuerda la necesidad de preservar tanto su historia como su futuro.
Con hallazgos como estos, los científicos no solo recuperan fragmentos del pasado, sino que también construyen una narrativa más rica sobre cómo la vida evolucionó en uno de los entornos más únicos del planeta. Y en el proceso, destacan la delicada conexión entre los ecosistemas antiguos y los desafíos de conservar la biodiversidad en el presente.