Llama olímpica: el curioso mecanismo para mantenerla encendida y transportarla por aire, tierra y mar
El emblemático fuego se enciende con la energía solar, pero se mantiene ardiendo gracias a un gas y a un mecanismo a prueba de viento y lluvia.
Estamos a horas de asistir a la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de París. Como es tradición, el punto máximo del espectáculo será el encendido de la llama olímpica, que arderá constante en el pebetero hasta el final de los juegos.
Meses antes del inicio de los Juegos, se lleva a cabo el ritual de encendido, que busca preservar el simbolismo y el espíritu milenario: la llama se prende con los rayos del Sol, usando un espejo parabólico que concentra la luz en un punto y genera la energía necesaria para producir fuego.
Una vez encendida, la llama se transfiere a la antorcha olímpica, que iniciará un recorrido temático definido por el Comité Olímpico Internacional (COI), y que incluye países, regiones y monumentos, en postas de relevo de distancias más cortas.
Las antorchas olímpicas no se apagan: se mantienen encendidas gracias al propano, un gas inflamable que aporta una combustión constante. La antorcha tiene un mecanismo que regula el flujo del gas y que puede mantenerla encendida incluso con vientos de 70 km/h y lluvia intensa.
Cada uno de los relevistas de las postas tiene una antorcha idéntica, que se enciende con el fuego de la anterior. Así, hasta llegar al pebetero de la ciudad sede.
Lógicamente, las antorchas tienen un sistema de respaldo para evitar que se apaguen. Además de personas dedicadas de custodiarlas, en Olimpia existen llamas secundarias que se mantienen en linternas especiales y que se utilizan en el remoto caso de que la llama principal se apague accidentalmente.
En los 90 años de juegos olímpicos modernos, las antorchas han viajado en barcos, aviones e incluso caballos. En estos casos, la antorcha se resguarda en una caja similar a una linterna, que la protege y la mantiene encendida en los traslados.
Sin embargo, a los largo de estos años ha ocurrido que la llama olímpica se apagó por accidente. La última vez fue en 2004, en el Estadio Panathinaiko, en Atenas, donde la antorcha se apagó al inicio de la carrera. En esa ocasión, se logró reencender utilizando una de las llamas secundarias almacenadas en las linternas de seguridad.
Otro incidente ocurrió durante los Juegos de Montreal en 1976. En aquel momento, después de iniciado los Juegos, la llama olímpica se extinguió y fue incorrectamente reencendida con un mechero. Una vez que se descubrió el error, la antorcha fue apagada y se encendió correctamente utilizando el fuego especial proveniente de las linternas de seguridad.
El fuego de los dioses
La tradición del fuego olímpico tiene sus raíces en la antigua Grecia. Según la mitología, Prometeo robó el fuego de los dioses para entregárselo a los hombres. De aquí que el fuego es símbolo de la cultura y el progreso técnico.
En honor a este mito, durante los antiguos Juegos Olímpicos se encendía una llama en el altar de Hera, diosa griega protectora de los Juegos, en Olimpia. También entonces, para conservar la pureza del fuego, se usaban espejos parabólicos llamados skaphia.
La tradición de las antorchas que recorren el mundo también se origina en la Grecia antigua. Los mensajeros recorrían las ciudades con una llama encendida para dar aviso de que las competencias estaban por comenzar. Tan importante era el evento que se suspendían todas las actividades, incluidas las guerras, para que atletas y público pudieran asistir.
La llama olímpica de la era moderna comienza en los Juegos de 1928, en Ámsterdam, cuando por primera vez se encendió en un estadio olímpico. Desde entonces, se ha convertido en un símbolo de paz, unidad y amistad entre las naciones participantes.