Los desastres naturales no existen
El 13 de octubre es el Día Internacional para la Reducción del Riesgo de Desastres, creado por la ONU para promover una cultura global de reducción del riesgo de desastres. En 2022 el tema es “Acceso a los sistemas de alerta temprana y a la información"
Los terremotos no matan.
Una ciudad inundada no es por culpa de las fuerzas de la naturaleza.
Un desastre no es un castigo divino.
Los desastres no son naturales.
Sí, como lo lees: los terremotos no matan, pero si te puede matar una construcción que no es sismorresistente.
Si una ciudad está construida sobre un valle de inundación, las “fuerzas de la naturaleza” no son las responsables de que esa ciudad quede bajo agua.
Y lo más importante: los desastres no son naturales, son una construcción social.
Desastres naturales eran los de antes
Los desastres suelen ocurrir donde se encuentran los “peligros” (eventos o fenómenos de origen natural peligrosos como pueden serlo un terremoto, una erupción volcánica, una inundación repentina a causa de precipitaciones intensas o una marejada, entre otros) con una sociedad en condiciones de vulnerabilidad socioeconómica (con necesidades básicas insatisfechas, por ejemplo) y/o vulnerabilidad física (suelo inestable, vivienda mal construida o en una mala ubicación).
Entonces podemos decir que desde que los seres humanos pisamos este planeta, los desastres no tienen nada de natural. El último desastre natural ocurrió hace 66 millones de años, cuando el impacto del asteroide Chicxulub en la península de Yucatán acabó con los dinosaurios y el 75 % de las especies de plantas y animales que existían en el planeta se extinguieron.
Divino desastre
Los seres humanos tenemos una extraña fascinación por quitarnos las culpas por nuestros errores.
De hecho y a lo largo de la historia, hemos atribuido los desastres a un origen divino (“Ira de Dios” o “castigo divino”), culpado a la mala suerte (infortunio significa precisamente eso), o a lo sobrenatural: la raíz etimológica de “desastre” proviene de la unión de dos palabras del latín: “dis” (separado) y “astro” (estrella), significando que un desastre era un evento provocado porque los astros no estaban de nuestro lado.
Y finalmente hecatombe no refiere a un gran desastre, sino que esta palabra de origen griego representa el sacrificio de cien bueyes que se ofrendaban a los dioses para aplacar su ira. Pero no hay nada de fatalismo o pesimismo en un desastre. Es la forma que tenemos los humanos de expresar impotencia al no poder controlar lo incontrolable (la naturaleza, los peligros), dejando de actuar sobre aquello que sí podemos manejar: el riesgo.
Y el riesgo lo podemos reducir disminuyendo la vulnerabilidad (ya sea física o socioeconómica) de la población. Y este es el quid de la gestión del riesgo de desastres: si bien los eventos peligrosos pueden ser de consideración, las fallas en la planificación urbana amplifican el riesgo de desastre.
Las ciudades y los desastres
El “Homo Urbanus”, como se denomina a aquellos humanos que viven en ciudades, hoy suman el 55% de la población global. Se estima que esa cifra trepará al 68% en 2050, siendo el futuro de la población mundial de características urbanas. Pero ya en la actualidad, en Latinoamérica suma el 80% la población que vive en núcleos urbanos... ¡y el 93% en Argentina!
El gran problema que tienen las ciudades es que concentran e incrementan los riesgos. No en vano Latinoamérica y el Caribe; después de Asia y África es una de las regiones más expuesta a los desastres.
En nuestro planeta coexisten dos fenómenos crecientes y extraordinarios: el cambio climático y la urbanización. Y de la combinación de ambos, la chance de que los desastres sean más frecuentes y graves es cada vez mayor.
Los desastres no respetan fronteras, credos, razas ni condiciones sociales. Sin embargo, golpean más fuerte a la población vulnerable (inclusive por sexo, raza o edad), los países en desarrollo y a las naciones frágiles. Una mala planificación urbanística crea condiciones inseguras para los más pobres que, por falta de oportunidades, suelen residir en los lugares más riesgosos. La inequidad construye riesgo, y de eso no podemos culpar a los astros.
Pero, así como los problemas están a la vista, también lo están las soluciones.
Sistemas de Alerta Temprana Multirriesgos
La alerta temprana es uno de los pilares en la Gestión del Riesgo de Desastres, ya que puede contribuir a mitigar las pérdidas de vidas y bienes como consecuencia de la materialización de un peligro.
La ONU define a un Sistema de Alerta Temprana Multirriesgos como “un sistema integrado de vigilancia, previsión y predicción de amenazas, evaluación de los riesgos de desastres, y actividades, sistemas y procesos de comunicación y preparación que permite a las personas, las comunidades, los gobiernos, las empresas y otras partes interesadas adoptar las medidas oportunas para reducir los riesgos de desastres con antelación a sucesos peligrosos”.
Que el sistema sea “Multirriesgos” implica que puede abordar diferentes amenazas o sus consecuencias, cuando los diferentes peligros se manifiestan de manera individual o simultánea, en cascada o de forma acumulativa con el tiempo, considerando además el riesgo sistémico, es decir los posibles efectos relacionados entre sí.
Para que estos sistemas sean eficaces, deben contar con la participación de las comunidades involucradas, capacitándolas para actuar de manera adecuada y con suficiente antelación con el fin de reducir el riesgo de consecuencias desfavorables tanto para las personas como para los bienes y el ambiente. Se calcula que por cada dólar que se invierte en la preparación para los desastres por medio de sistemas de alerta temprana, puede evitar siete dólares de pérdidas económicas como consecuencia de ellos. Si bien no podemos evitar que un peligro se materialice, podemos reducir el riesgo de que ese evento se convierta en desastre.
Una comunidad informada es una comunidad más segura.