Las nuevas siberianas: del frío extremo a un calor sin precedentes
Siberia es una de las regiones del mundo donde el calentamiento global se está manifestando con una mayor magnitud. Dicha circunstancia está haciendo que el frío extremo que tradicionalmente ha caracterizado ese vasto territorio, empiece a perder protagonismo frente a los episodios de calor.
Cada vez son más claras e incuestionables las señales que nos indican que el clima terrestre se está volviendo más extremo. En las últimas semanas hemos asistido a un episodio de altas temperaturas en Siberia sin precedentes en la época instrumental (desde mediados del siglo XIX hasta nuestros días). Las anomalías cálidas y los incendios forestales en aquel vasto territorio ya comenzaron a ser noticia el año pasado, pero lo que está pasando en 2020 va camino de superarlo con creces, con las importantes implicaciones que ello tendrá en la propia evolución del cambio climático, tanto a escala regional como global.
Siberia se asocia al frío, al intenso frío, a unas temperaturas, con frecuencia, escandalosamente bajas, de varias decenas de grados Celsius por debajo de cero, y a las olas de frío históricas generadas en aquel gigantesco congelador de la Tierra, conocidas en el mundo meteorológico como “siberianas”. Sin embargo, a la vista de la magnitud y la velocidad con la que el cambio climático se está manifestando allí, el calor siberiano está restando protagonismo mediático al frío, de ahí que no sería extraño empezar a identificar las siberianas con los episodios de calor extremo en Siberia, similares a los que ha habido en la primavera de 2020 o el que está batiendo récords absolutos de temperaturas máximas en el inicio del verano.
El General Invierno
Históricamente, el frío siberiano ha sido el gran aliado de los rusos cuando se han tenido que enfrentar, militarmente, a los ejércitos invasores de otros países, lo que fue convirtiendo a “El General Invierno” en legendario. Los ejércitos de Carlos XII de Suecia sucumbieron ante los de Pedro I el Grande en la batalla de Poltava, el 8 de julio de 1709, tras haber llegado muy castigados a ese combate final por la incidencia de las bajas temperaturas reinantes durante el invierno de 1708-09, que fue el más frío de todo el siglo XVIII.
En 1812 fue Napoleón y su Grande Armée quienes tuvieron que enfrentarse al frío extremo, que aquel año se inició muy prematuramente. De los algo más 400.000 hombres que iniciaron la marcha hacia Moscú, apenas 100.000 lograron iniciar la vuelta a Francia desde la capital rusa, pero siguieron cayendo miles de soldados en el durísimo camino de regreso, en el que las tropas llegaron a soportar temperaturas de hasta -38 ºC.
El último gran enfrentamiento contra el General Invierno lo protagonizó Hitler durante la frustrada invasión de la URSS por parte de las tropas alemanas, en la II Guerra Mundial. Tras un par de inviernos muy fríos en el territorio soviético –los de 1939-40 y 1940-41–, los meteorólogos que asesoraban al fürher pensaron que la probabilidad de que el invierno de 1941-42 fuera igual de extremo era baja, por lo que se dio luz verde a la operación militar, pero los rigores invernales empezaron a manifestarse a principios de noviembre de 1941, lo que castigó sobre manera a las tropas alemanas, peor adaptadas a las bajas temperaturas que las soviéticas, que jugaban en casa.
Desde 1930 hasta 1960 funcionaron en la antigua URSS los campos de trabajos forzados en Siberia, gestionados por el Gulag, a donde mandaban a los presos políticos, muchos de los cuales fallecieron por las duras condiciones de vida, impuestas, en gran medida, por las bajas temperaturas. Mandarle a alguien a Siberia era casi una sentencia de muerte.
Una rápida transición del frío al calor extremo
En la actualidad, los inviernos siguen siendo muy rigurosos en Siberia, donde se localiza uno de los polos de frío de la Tierra, pero ese gigantesco almacén de aire frío, está empezando a mostrar signos de debilidad. Las incursiones de aire cálido, de origen subtropical, sobre el territorio siberiano están ganando protagonismo, dificultando la generación estable (duradera en el tiempo) de la enorme masa de aire frío polar continental. Antes de que el calentamiento global entrara en escena, eran relativamente frecuentes, los “desbordamientos” de aire gélido por los bordes del gigantesco anticiclón siberiano, entre mediados del otoño y mediados de la primavera, generándose algunos años los temibles trenes siberianos o siberianas, a las que antes nos referimos.
Aunque esas situaciones puramente invernales siguen y seguirán produciéndose en el futuro, su magnitud y frecuencia irán a menos. Estamos viendo a una velocidad mayor de la pronosticada un drástico cambio en la distribución del frío y el calor en Siberia, donde las anomalías positivas de temperatura van claramente al alza. Las proyecciones climáticas que empezó a dar a conocer el IPCC en su primer Informe (año 1990), ya señalaban que la magnitud del calentamiento global en latitudes altas del hemisferio norte iba a ser significativamente mayor que en otras regiones de la Tierra, pero el ritmo de la subida ha desbordado las predicciones.
Las anomalías térmicas de signo positivo que estamos viendo estos días –desde hace semanas– en Siberia, de hasta +20 ºC en algunos lugares concretos y de entre +8 y +12 en extensas áreas, tanto por encima como por debajo del Círculo Polar Ártico, muestran un escenario parecido a los que plantean las proyecciones climáticas en aquella región para finales de siglo. Parece claro que se ha puesto en marcha un mecanismo de retroalimentación positiva de la temperatura, con unos impactos que potenciarán todavía más las situaciones como las que estamos viviendo. El aumento de incendios forestales afectando a muchas miles de hectáreas de taiga, o la acelerada fusión del permafrost, con la consiguiente liberación de metano y dióxido de carbono a la atmósfera, pueden conseguir en pocos años transformar las olas de frío que derrotaron ejércitos en olas de calor, que pasarán a ser las nuevas siberianas.