Cada vez más personas optan por un “teléfono tonto” como antídoto a la hiperconetividad de los smartphones

Menos pantallas y más momentos reales: los dumbphones y los espacios sin WiFi lideran una revolución silenciosa en busca de desconexión y bienestar en la era de la información.

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La desconexión digital se convierte en tendencia para combatir el estrés y la dependencia que genera estar siempre online.

En los semáforos, en las salas de espera, en el baño. En cualquier lado, en todos lados y en todo momento estamos atentos al celular; a leer mensajes, a responderlos, a revisar las redes, consultar el banco, el tiempo, el tránsito y un sinfín de cosas más.

En cuestión de años, la asombrosa novedad de la conectividad se convirtió en un problema de hiperconectividad. Para millones de personas es una auténtica adicción, que se manifiesta incluso con síntomas de abstinencia cuando no se tiene el celular a mano.

Está demostrado que el uso excesivo de las pantallas afecta la cantidad y calidad del descanso, la capacidad de concentrarnos en una tarea, y que la sensación de tener que estar siempre disponible reduce el tiempo que le dedicamos a actividades sociales, deportivas o educativas, y produce ansiedad. Tanto es así que algunos expertos hablan de una pandemia tecnológica.

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La hiperconectividad afecta el sueño, la atención y aumenta la ansiedad; los dumbphones son una alternativa para reconectar con la vida real.

Frente a este panorama comenzaron a aparecer aplicaciones que miden el tiempo de permanencia en las redes sociales. En muchos países está en debate la edad mínima de acceso a las plataformas digitales y las restricciones de uso en entornos educativos. Pero hay otros movimientos que van mucho más allá en busca de la desconexión.

Volver a los ladrillos para recuperar la paz

Un fenómeno que parece contradecir el avance tecnológico gana cada vez más adeptos: el uso de los "dumbphones" o teléfonos tontos, en oposición a la consabida inteligencia de los smartphones.

Se trata de versiones básicas de los móviles, que permiten realizar llamadas y enviar mensajes, pero no tienen acceso a internet ni aplicaciones avanzadas. Aunque conservan algunas características modernas, como pantallas táctiles y de color, su diseño minimalista y funcionalidad limitada implican un uso más simple y menos adictivo.

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Los dumbphones no solo simplifican la vida, también ayudan a combatir la ansiedad que genera estar siempre disponible.

Comenzaron como una opción para adultos mayores y padres preocupados por limitar el acceso de sus hijos a internet. Pero en el último tiempo también han captado la atención de las generaciones más jóvenes, como los millennials y la generación Z.

Esta tendencia se manifiesta en cifras. En Estados Unidos, las ventas de este tipo de teléfonos alcanzaron los 2.8 millones de unidades en 2023. En España, la demanda de estos dispositivos aumentó un 214 % en 2024, mientras que, en paralelo, las ventas de smartphones disminuyeron un 22 %.

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Desde millennials hasta adultos mayores, los dumbphones conquistan a quienes buscan liberarse del constante bombardeo digital.

Algunas empresas han respondido a la nueva demanda relanzando modelos clásicos. En 2017, Nokia reintrodujo el icónico modelo 3310, conocido por su durabilidad y simplicidad. Además, compañías emergentes como Light han desarrollado dispositivos minimalistas diseñados para ofrecer solo funciones esenciales.

Este cambio se atribuye a la creciente preocupación por la adicción a la tecnología y el deseo de desconectar de la constante avalancha de notificaciones y aplicaciones.

Alternativas extremas: el offline gana espacio

En los últimos años, una tendencia que parecía impensable en la era de la hiperconectividad ha comenzado a consolidarse: cada vez más espacios, desde pequeños cafés hasta grandes hoteles boutique, promueven como ventaja diferencial el no contar con acceso a WiFi.

En lugar de ofrecer redes de alta velocidad, estos lugares invitan a sus clientes a disfrutar de experiencias auténticas y momentos de verdadera desconexión.

El movimiento "The Offline Club", iniciado en Ámsterdam, propone espacios de encuentro donde el uso de teléfonos móviles está prohibido. Busca fomentar la interacción cara a cara y actividades como la lectura, juegos de mesa y música en vivo. Los participantes del club deben dejar sus dispositivos en una caja de seguridad al entrar.

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Un cartel -que ya es frecuente en los bares- invita a los clientes a volver al diálogo cara a cara.

La iniciativa ha ganado popularidad y se ha extendido a varias ciudades del mundo. Ofrece desde encuentros en cafés hasta retiros de fin de semana en la naturaleza, todos con el objetivo de promover conexiones humanas genuinas sin la distracción de dispositivos digitales.

Otro caso, más polémico, es el del bar británico The Gin Tub, que construyó una especie de jaula de Faraday para bloquear las señales móviles dentro del local. Busca así que los clientes socialicen sin la interferencia de sus teléfonos.

Este tipo de propuestas no solo buscan atraer a quienes anhelan un respiro de la tecnología, sino que también reflejan un cambio cultural más amplio: la búsqueda de equilibrio y bienestar en un mundo que parece nunca detenerse. Al fin y al cabo, desconectar para reconectar con nosotros mismos podría ser el verdadero lujo de nuestra época.