El curioso caso del auto que era alérgico al helado de vainilla
“A mi Pontiac no le gusta el helado de vainilla”. Así comenzaba una inusual queja llegada al gigante automotriz General Motors.
“Mi coche se niega a arrancar cuando compro helado de vainilla. Pero si compro helado de frutilla, chocolate, o cualquier otro sabor, el coche arranca sin problemas", continuaba en su queja ante la empresa automotriz.
La carta era tan disparatada, que causó gracia entre el personal a cargo del Servicio de Atención al Cliente de Pontiac. Pero cuando el presidente de la compañía recibió una copia del surrealista reclamo, decidió que un ingeniero estudie las causas probables y determine la veracidad del caso. Él también él era escéptico acerca de la veracidad de la queja (o de la cordura de su cliente), y quería una respuesta razonable.
Luego de un primer análisis realizado sobre planos, esquemas y memorias técnicas, el ingeniero designado para el caso no pudo encontrar ninguna pista. Ante su propio desconcierto, decidió verificar en persona tal denuncia.
Investigación "en marcha"
Para sorpresa del ingeniero, todo lo descrito en la denuncia era cierto: fue con el dueño del Pontiac a repetir su rutina de comprar helado y, al elegir el gusto de vainilla, el auto realmente no arrancó. Analizó cada detalle: el recorrido, las distancias, el combustible utilizado, los tiempos de viaje, horarios… no quedó nada sin verificar. Pero si se compraba otro gusto, el automóvil arrancaba sin problemas.
Luego de varios días de investigación, el ingeniero se dio cuenta de un pequeño detalle: comprar un helado de vainilla, el sabor de mayor demanda de la heladería, le tomaba mucho menos tiempo que comprar cualquier otro gusto. Es que el helado de vainilla, al ser el más requerido, estaba almacenado cerca de la entrada al local, para facilitar a los clientes un rápido autoservicio. Los demás sabores estaban almacenados en otras heladeras, a una mayor distancia, por lo que el tiempo que le tomaba a un cliente hallar el sabor buscado y luego abonarlo, era mucho mayor que si el sabor elegido era vainilla.
Una vez que el tiempo pasó a ser el problema, y no el sabor del helado, el ingeniero rápidamente encontró la respuesta: “bloqueo de vapor”. El bloqueo de vapor era un problema frecuente en los motores con carburador, cuando el motor del automóvil se para y enciende constantemente.
En estos casos, el combustible se convierte en vapor y no se mueve por las tuberías, haciendo que el auto no arranque en un primer intento. Y dado que el tiempo de compra era muy reducido en caso del helado de vainilla en comparación con el tiempo de compra de otros sabores, el motor no llegaba a enfriarse, por lo que los vapores del combustible no condensaran, impidiendo que un nuevo arranque del motor fuese instantáneo.
A causa de esta insólita queja, Pontiac cambió el sistema de alimentación de combustible todos sus modelos, y GM estableció mecanismos para que sus empleados tomen en serio hasta los reclamos más extraños, "porque un helado de vainilla puede estar detrás de una gran innovación”. Cuando la inyección electrónica se hizo estándar, el problema del bloqueo de vapor dejó de serlo.
Real o no real
Hasta donde sabemos, esta simpática historia recorre internet y newsletters desde hace años, repetida con algunas variaciones. No sabemos si es o no cierta, aunque suena creíble. Tampoco GM hizo alguna referencia oficial a ella.
Pero según Jan H. Brunvand, un investigador sobre leyendas urbanas y folclore moderno de la Universidad de Ohio, la primera mención registrada de esta historia data de junio de 1978, cuando la revista Traffic Safety imprimió la historia, citando como fuente la revista de automóviles Automotive Engineering.
Lo interesante, más allá de su veracidad, son las enseñanzas que nos deja:
Así como el hecho de comprar helado de vainilla se correlaciona con un auto que no arranca, el gusto del helado no fue el factor causante. Lo mismo pasa con el suelo mojado después de un chaparrón: un charco no es el factor causante de la lluvia.
Muchos problemas, aún aquellos que se presentan como faltos de toda lógica, suelen ser reales. Y aún si no lo son, intentar encontrar una solución puede mejorar nuestro rendimiento o procesos.
Si la solución a un problema no tiene sentido lógico, debemos enfocarnos en soluciones alternativas, mediante prueba y error o un análisis profundo de datos.
Esto es algo que podemos resumir en dos frases: la primera, atribuida falsamente a Albert Einstein: “No podemos esperar resultados distintos haciendo lo mismo una y otra vez”. Y la otra de W. Edwards Deming, al recordarnos la importancia de disponer de datos: “En Dios confiamos. El resto, que traiga datos".