Las emisiones de metano se nos van de las manos
Aunque los seres humanos consigamos reducir drásticamente nuestras emisiones de metano a la atmósfera, el calentamiento global está provocando la fuga de ese gas de efecto invernadero de fuentes naturales como el permafrost -en proceso de descongelación- y los hidratos de gas del lecho marino.
La principal acción humana destinada a mitigar el cambio climático y tratar de evitar que el calentamiento global siga aumentando al ritmo actual o a uno mayor, pasa por reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera provenientes de la quema masiva de combustibles fósiles. Aunque el CO2 es el gas del que más se habla, no debemos de olvidarnos tampoco del metano (CH4), que también emitimos en grandes cantidades como consecuencia de muchas de nuestras actividades. A este problema que debemos tratar de solucionar, se suma el de las fugas masivas de metano de origen natural que están empezando a producirse y que podrían dispararse en los próximos años y décadas.
El metano es un hidrocarburo gaseoso presente en la atmósfera de la Tierra, siendo el principal componente del gas natural. Aunque nuestras emisiones de metano son mucho menores que las de CO2 (representan algo menos del 15%), es un gas de efecto invernadero mucho más potente (hasta 25 veces más eficaz atrapando calor), que reside en la atmósfera menos tiempo, por lo que sus efectos (cuando su concentración aumenta o disminuye de forma significativa) se manifiestan a más corto plazo.
Se estima que aproximadamente el 25% del calentamiento global observado desde el inicio de la Revolución Industrial ha sido debida al aumento de la concentración de metano en la atmósfera. Desde entonces, se ha multiplicado por dos su concentración, gracias, en gran medida, a las emisiones antropogénicas del citado gas, debidas principalmente a la ganadería, el cultivo de arroz y la producción y transporte de petróleo, carbón y gas natural.
Crece por encima de nuestras posibilidades
Aunque en los últimos años se han hecho esfuerzos por reducir nuestras emisiones de metano a la atmósfera, y ha habido períodos en que los registros de la concentración de ese gas invitaban al optimismo –llegando a pensar que íbamos por el buen camino–, lo cierto es que la tendencia sigue al alza, por encima de lo que cabría esperar, con picos destacados algunos años, que no se justifican sólo por lo que nosotros hemos ido emitiendo.
Todo apunta a que también están entrando en juego las emisiones naturales de este gas, ajenas a nuestras actividades, aunque no al calentamiento global, ya que el imparable ascenso de las temperaturas está despertando de un largo letargo al metano que durante muchos miles de años ha permanecido congelado en el permafrost y los fondos oceánicos. La liberación del gas refuerza a su vez el calentamiento global, lo que constituye un claro ejemplo de retroalimentación positiva de la temperatura.
El metano atrapado en el permafrost
Cada vez son más frecuentes las noticias que alertan del rápido e inexorable descongelamiento del permafrost de las regiones boreales, especialmente abundante en el extenso territorio ruso ocupado por la tundra siberiana. El citado permafrost –tal y como puede deducirse del acrónimo con el que es conocido internacionalmente– es el nombre que recibe aquel terreno que permanece siempre congelado, salvo una pequeña fracción del mismo sometida a una fusión estacional, que se corresponde con la parte más superficial de dicho terreno.
La magnitud alcanzada ya por el calentamiento global en latitudes altas del hemisferio norte está empezando a descongelar una parte del permafrost. Ese proceso conlleva la liberación de gases atrapados en la materia orgánica –congelada hasta ese momento–, con el CO2 y, sobre todo, el metano a la cabeza.
Al margen de las observaciones de campo llevadas a cabo en distintas campañas científicas, que certifican la fuga de metano, se están produciendo cambios acelerados en la geomorfología del permafrost. Cada vez abundan más las ciénagas, lagunas de deshielo y terrenos encharcados, también se forman, a veces, abombamientos del suelo, que delatan la presencia de una gran bolsa o burbuja de metano por debajo. Pero el fenómeno más llamativo es la formación de cráteres, algunos de ellos de considerables dimensiones. Una de las zonas donde empezaron a aparecer, hace unos años, es la península de Yamal, en el norte de Rusia, bañada por el océano Glacial Ártico, si bien se han documentado en otras regiones de la inmensa tundra siberiana.
A falta de una investigación a fondo del fenómeno, la causa que parece explicar la formación de esos cráteres es la acumulación de metano en grandes cantidades en el subsuelo, lo que va generando una presión cada vez mayor sobre la capa de terreno más superficial, hasta que ésta no resiste y salta, literalmente, por los aires, formándose el boquete. La fuga de metano, tanto al aflorar bruscamente a la superficie esas bolsas de gas, como a través de las grietas y fisuras presentes en esos terrenos en fase de deshielo, es un fenómeno que escapa a nuestro control y que, todo apunta a que irá a más. Teniendo en cuenta el gran reservorio de metano del actual permafrost, esa liberación del gas a la atmósfera nos pondrá todavía más difíciles las cosas para intentar poner freno al calentamiento global.
La liberación de metano de los hidratos de gas
Y como las malas noticias no suelen venir solas, otro hecho inquietante complica todavía más las cosas. El metano no solamente está presente en las grandes bolsas de gas natural y otros combustibles fósiles que extraemos, procesamos, transportamos y quemamos, ni en el permafrost; también se encuentra formando grandes reservorios en numerosos lugares situados bajo el lecho marino, en unas condiciones de presión y temperatura que permiten la existencia de los llamados hidratos de gas (metano). Esta sustancia, formada por una mezcla del citado metano con agua, permanece congelada y tiene su origen en la descomposición de las distintas especies que viven en el medio marino, en combinación con agua salada cerca de su punto de congelación, lo que ocurre en las profundidades abisales.
Hace ya algunas décadas empezaron a localizarse los lugares del mundo (decenas de ellos) en los que hay hidratos de gas, en un intento por explotar una nueva fuente de energía fósil, si bien se comprobó que la extracción de los hidratos conllevaría grandes emisiones de metano en forma gaseosa, inasumibles si queremos reducir nuestra aportación de ese gas a la atmósfera.
En el marco del calentamiento global, hace algún tiempo empezaron a detectarse fugas de metano provenientes de los hidratos de gas. Recientemente, se anunciaba una en una zona cercana a la costa brasileña, siendo la primera vez que se observa en el hemisferio sur. Todo apunta que la subida de la temperatura se está transmitiendo también a algunas zonas profundas del océano, con la consiguiente desestabilización en los hidratos de gas.