Mucho menos que un millón: ¿cuántos amigos se pueden tener realmente?
El número de relaciones significativas que podemos tener y sostener en el tiempo es mucho menor de lo que las redes sociales parecen sugerir.
Hace tres décadas, el antropólogo británico Robin Dunbar propuso que el cerebro humano está diseñado para manejar un número limitado de relaciones sociales significativas. ¿Cuántas? Solo 150.
Hoy, revolución tecnológica mediante, podríamos creer que es posible desarrollar cientos de vínculos con más facilidad y que, por tanto, el número Dunbar ha quedado corto. Sin embargo, aunque tengamos las mejores intenciones, ¿podemos realmente tener un millón de amigos?
Según Dunbar, por más Facebook y Tik-Tok que tengamos, la respuesta sigue siendo no. El antropólogo también investigó, en 2016, cómo se dan las relaciones en las redes sociales y sostiene que replicamos en el entorno digital los mismos patrones que en la vida real: interactuamos frecuentemente con un grupo reducido de personas, mientras que la mayoría de nuestros contactos virtuales permanecen como una capa externa y superficial.
“Es una cuestión de capacidad cognitiva y tiempo”, explicó el antropólogo a El País. “Aunque tengas miles de seguidores, el cerebro humano está diseñado para interactuar en círculos pequeños y significativos”.
Dunbar llegó al número 150 investigando por qué los primates dedicaban tanto tiempo a acicalarse los unos a otros. Según el autor, hay una relación entre el tamaño del neocortex en el cerebro de algunas especies y la cantidad de individuos del grupo con los que puede socializar.
Además, aunque las plataformas sociales nos mantienen conectados, no pueden sustituir el contacto físico. “Compartir tiempo cara a cara es esencial para construir y mantener relaciones profundas”, dice Dunbar. La tecnología, en este caso, no puede superar las limitaciones humanas.
“El problema no está en la memoria, en el tiempo o en la tecnología, sino en la capacidad de gestionar las relaciones y eso no ha cambiado”, explicó el investigador, para quien mantener estas conexiones no es sencillo: requiere dedicación, esfuerzo y tiempo. Hay que establecer contacto al menos una vez por semana. De no ser así, la persona se irá alejando hacia el exterior de nuestro círculo. Porque, para Dunbar, nuestra red de amigos se parece a las capas de una cebolla.
Capas de una cebolla: amigos para llorar, más cerca del centro.
Para Dunbar nuestros círculos sociales son como las capas de una cebolla. En el centro, un círculo muy íntimo compuesto sólo por cinco personas, que pueden ser familiares, amigos o pareja, con quienes compartimos nuestros momentos más delicados. Los buenos, sí, pero sobre todo los malos. Es un círculo que se mantiene relativamente estable por años, incluso a veces toda la vida, y que sólo se altera ante eventos críticos, como una muerte o rupturas amorosas.
Luego, a continuación, unas 10 personas con las que se tiene una relación estrecha, y se comparten actividades laborales o sociales. Son las personas que encontramos en un club social o deportivo y con las que comeríamos un asado de fin de semana, por ejemplo. En la capa siguiente, las decenas restantes hasta completar los 150 individuos que invitaríamos a una fiesta.
La movilidad entre las capas se produce por reemplazos o relevos. Según el autor, cuando perdemos un miembro de alguna de las capas internas, ese “vacío” se llena, generalmente, con un individuo de la capa inmediatamente posterior.
Además, como han demostrado otros estudios, el cénit de nuestras amistades ocurre alrededor de los 25 años, una etapa marcada por la juventud y el dinamismo. Después, los círculos tienden a reducirse, no por elección, sino porque nuestras prioridades cambian. La vida laboral, las responsabilidades familiares y el envejecimiento hacen que perdamos amistades externas y nos concentremos en aquellas más cercanas.
Sin embargo, en un mundo cada vez más acelerado, la amistad sigue siendo un pilar fundamental. Desde las capas más íntimas hasta las redes más amplias, nuestras relaciones son el tejido que nos sostiene. “Junto a dejar de fumar, lo mejor que podemos hacer para aumentar nuestra esperanza de vida es cultivar una buena red de amigos”, sostuvo el investigador.
Así que, aunque quizás nunca podamos cantar con un millón de amigos, cuidar a los que ya tenemos es un acto profundamente humano que trasciende generaciones, tecnologías y teorías. Al final del día, la calidad de nuestras relaciones es lo que realmente importa.