Olas de calor en los océanos, una silenciosa cara del cambio climático
Preocupa el aumento de episodios más cálidos que lo habitual en distintos océanos del mundo, con graves impactos ecológicos y económicos. ¿Qué antecedentes hubo en las últimas décadas y cuáles son las proyecciones a futuro?
Mucho se viene hablando en los últimos años sobre las consecuencias que tiene el aumento de la temperatura media global. El concepto de cambio climático refiere a la sumatoria de distintos desequilibrios que vienen documentándose en el planeta en las últimas décadas, tales como el aumento en la frecuencia de tormentas severas u olas de calor. Si hablamos puntualmente de los océanos, el aumento del nivel medio del mar y el derretimiento de glaciares aparecen siempre como las consecuencias más inmediatas y palpables.
Sin embargo, mucho menos se conoce y se ha hablado de las olas de calor en los océanos. Un reciente estudio publicado en “Nature”, señala que el interés en estos eventos transitorios está creciendo como así también sus impactos ecológicos y económicos potencialmente dramáticos.
¿Qué son las olas de calor en los océanos?
A escala local, estas olas de calor pueden ser inducidas por un calentamiento anómalo del océano en la superficie del mismo (causado por cambios en la temperatura del aire, vientos o cobertura nubosa, por ejemplo), o como resultado de corrientes horizontales o verticales y la mezcla en el océano circundante. A menudo, estos procesos locales son forzados por oscilaciones climáticas a gran escala.
El estudio liderado por Neil Holbrook muestra que algunos de las olas de calor más intensas registradas entre 1982 y 2016 ocurrieron en el Océano Pacífico tropical oriental, durante los eventos de El Niño.
Según las conclusiones de Holbrook y sus colegas, El Niño no solo es el impulsor primordial de las olas de calor oceánicas en gran parte del Pacífico, sino también en otros como el Índico y el Atlántico. Esta influencia es posible gracias a las teleconexiones, vías atmosféricas y oceánicas a través de las cuales las señales climáticas pueden comunicarse a lo largo de miles de kilómetros.
Antecedentes registrados
Un estudio previo liderado por Frölicher y Laufkötter y publicado también en “Nature” lista los casos más emblemáticos de olas de calor marinas de los últimos años. En 2003, ocurrió un evento destacado sobre el Mediterráneo noroccidental, con aguas que alcanzaron temperaturas entre 3°C y 5°C por encima del periodo de referencia 1982-2016.
Una ola de calor marina de intensidad similar se dio en la costa oeste de Australia en 2011, pero perdurando durante nada menos que diez semanas. En esta ocasión, el fenómeno de La Niña tuvo un rol destacado en este suceso.
La mayor ola de calor marina documentada recibió el nombre de “The Blob” y ocurrió frente al sur de California entre 2013 y 2015, alcanzando temperaturas de hasta 6°C por encima de lo normal. Las causas de este fenómeno se atribuyeron a fuertes anomalías en la presión del nivel del mar, que impidieron la pérdida de calor del océano a la atmósfera.
Consecuencias y proyecciones futuras
Las consecuencias in situ de estas olas de calor pueden ser la reducción de algas marinas, mortalidad de algunas especies y el blanqueo de arrecifes de coral como se ha documentando en los últimos años. Sin embargo, las consecuencias no se limitan al océano sino que también pueden alterar las condiciones climáticas en la superficie terrestre. Por ejemplo, las altas y anómalas temperaturas de la superficie del mar en el noreste del Pacífico han aumentado la probabilidad de que se repitan los tres inviernos secos que se dieron en California entre 2011 y 2014.
Las consecuencias son también económicas, dado que estos fenómenos afectan de forma directa las actividades pesqueras, la acuicultura e incluso el turismo.
“Actualmente se carece de conocimientos sobre la progresión futura de las olas de calor marinas en diferentes escenarios de calentamiento global y el riesgo de eventos consecutivos, a pesar de la sólida evidencia de que el calentamiento global aumentará su frecuencia y su magnitud”, señalan Frölicher y Laufkötter.