¿Podemos darle emociones reales a la IA? Los científicos lo explican
Los grandes avances en materia de inteligencia artificial sorprenden al mundo día tras día, pero ¿hasta dónde es capaz de llegar? ¿Algún día la IA experimentará emociones?
Está claro que la inteligencia artificial (IA) está transformando nuestras vidas en muchos sentidos, pero hay una pregunta que seguramente te hiciste, y su respuesta podría inquietarnos como raza humana, ¿algún día las máquinas podrán experimentar emociones?
Las máquinas que hoy emulan a las personas imitando la inteligencia humana, como: automóviles autónomos, drones no tripulados, robots que escriben canciones, etc., son parte de los principales avances tecnológicos del denominado aprendizaje automático de los sistemas inteligentes. Sin embargo, hasta hace pocos años esta ecuación tecnológica ha eludido uno de los aspectos más esenciales de la inteligencia humana: la inteligencia emocional (IE).
La IE es la capacidad de comprender, regular y reconocer las emociones propias y ajenas, una habilidad que ayuda a construir relaciones empáticas, enfrentar situaciones difíciles, resolver conflictos y tomar buenas decisiones, entre otras cuestiones.
Cada decisión tomada por un humano está condicionada por sus emociones, entonces, si queremos que una máquina reproduzca la conducta humana, parece evidente que para conseguirlo habría que, lograr que la máquina pudiera sentir lo que un humano siente en cada preciso momento al tomar una decisión. Y es entonces cuando surge la duda que planteamos al comienzo: ¿puede una máquina llegar a tener emociones?
Para que cualquier emoción se manifieste, deben cumplirse tres requisitos: interpretar o evaluar la situación, que se produzca una respuesta del cuerpo y llevar a cabo una conducta o comportamiento.
Por ejemplo. si una persona se encuentra cara a cara con un animal salvaje se siente indefenso y lo invade el miedo, para que ese sentimiento aflore se necesita en nuestro organismo una serie de conexiones cuerpo-cerebro bastante complejas. Cuando el miedo invade tu mente, tu cerebro y tus órganos trabajan juntos rápidamente (alostasis), comunicándose para ajustar su funcionamiento a través de unas vías de mensajería que son el nervio vago y el sistema nervioso autónomo.
También desempeña un papel importante una especie de subcircuito en el cerebro, ubicado entre la corteza prefrontal, responsable de la planificación y toma de decisiones, y la amígdala, procesamiento de emociones y respuestas fisiológicas.
¿Y cómo unimos toda esta información ante la emoción del miedo? Supongamos que decides permanecer inmóvil frente a la amenaza. En los primeros instantes, la corteza prefrontal reduce su comunicación con la amígdala, que a su vez le indica al corazón que ralentice su ritmo. Esto permite al cerebro tener mayor riego sanguíneo para evaluar la situación.
Tras unos instantes, te alejas lentamente del oso. Sin embargo, al escuchar su gruñido, decides correr hacia un lugar seguro. En ese momento, tu corteza prefrontal aumenta la comunicación con la amígdala, lo que acelera el corazón y distribuye la sangre, junto con hormonas como la adrenalina, a los músculos de las piernas, permitiéndote huir.
Aprendizaje automático bajo intervención humana
Podemos aceptar, quizá, que la máquina reconozca a través de la interpretación de los gestos y actitudes humanas, qué emoción sentimos en cada momento o cuál es nuestro estado de ánimo. Pero en ningún caso nos resulta lógico ni imaginable que estas puedan sentir y, aún menos, adoptar una decisión conforme a este sentimiento, aprendiendo y evolucionando a causa de sus decisiones.
El aprendizaje automático es una rama de la inteligencia artificial que le permite a la máquina resolver todo tipo de problemas, en la mayoría de los casos mejor que los humanos. Emplea para eso métodos que le facultan para encontrar la mejor solución, aprender de forma autónoma, y que, además, se encuentran totalmente implantados en los sectores productivos y de ocio.
Los modelos de aprendizaje automático requieren la utilización de una enorme cantidad de datos, los cuales están basados en un esquema completamente razonable: siempre existe un humano que decide cómo introducir los datos en la máquina y cómo estos se van a clasificar y etiquetar, determinando su valor de destino para que le sirvan como guía en sucesivas decisiones.
Mientras que las emociones humanas son respuestas innatas y complejas, la IA tiene un enfoque completamente diferente basado en el reconocimiento de patrones. Identificar estas pautas requiere adquirir una “experiencia previa”, que en su caso se trata de una base de datos.
Por ejemplo, si una IA tuviera que aprender a reconocer el miedo, se le podría incorporar una base de datos con la expresión facial de miedo, o para que reconozca patrones en los latidos del corazón. De esta forma, si una persona tiene cara de susto o un patrón cardíaco asociado a esa emoción, la IA sería capaz de reconocer y clasificarlo correctamente. Y, en segundo lugar, también podría aprender cómo comportarse ante una situación de miedo (quedarse quieto ante la presencia de un animal salvaje, por ejemplo).
Entonces, la IA es capaz de aprender a identificar las emociones y cómo reaccionar ante ellas. Sin embargo, sentirlas requiere más que detectar uno o varios patrones. Necesita un organismo vivo en el que se produzca una comunicación entre sus órganos (piezas del robot) y su cerebro (hardware). Precisa de una interpretación subjetiva y cambiante del entorno para poder evaluar la situación y tomar una decisión. Y, por supuesto, requiere de un instinto de supervivencia.
Las emociones humanas son complejas
Según lo explicado anteriormente, la máquina debería dar siempre para cada entrada la misma respuesta, salvo error humano en la introducción o clasificación de los datos. Sin embargo, en los humanos las emociones hacen que, frente a una misma situación la respuesta sea diferente en función de su estado de ánimo. Y es aquí cuand o las máquinas no pueden resolver el problema, explican los científicos.
Una máquina es capaz de representar con un amplio margen de realidad un estado emocional, pero solo será un reflejo, cual retrato, de situaciones reales vividas previamente por el ser humano, solo eso.
Lo que las máquinas nunca podrán entender
El sentimiento de amor es el estado emocional más extendido y menos explicado científicamente, a pesar de los recientes avances de la neurobiología, y esto es debido a la dificultad que entraña la intervención en él de factores biológicos, especialmente los hormonales, entonces resulta igual de difícil cuando se intenta modelar computacionalmente las emociones a través de la inteligencia artificial. ¿Cómo puede entonces enseñarse a una máquina qué es el amor o cualquier otro sentimiento o emoción?
La respuesta es que, todavía, no se ha logrado definir científicamente a las emociones, y por eso no se las podemos enseñar a una máquina. Actualmente no es posible crear una auténtica inteligencia artificial emocional. Tal y como decía la científica Dra. Amelia Brand en la película ‘Interestellar’, “El amor es lo único que somos capaces de percibir y que trasciende las dimensiones de tiempo y espacio, es la fuerza más grande del universo”. Y, como muchos otros misterios del mismo universo, aún nos queda mucho para poder enseñarle a las máquinas. Si es que con el amor eso fuera realmente posible.
Referencias de la noticia
Inteligencia artificial emocional: Lo que las máquinas nunca podrán aprender. Noviembre 2021. Jo Adetunji, Editor, The Conversation Reino Unido.
¿Llegará un día en que la inteligencia artificial experimente emociones?. Diciembre 2024. The Conversation Júnior.